martes, 9 de diciembre de 2008

Como sal y arena...


Nunca olvidaré la primera vez que estuve frente al mar -¡cuántas veces había soñado con ese momento!-

Recuerdo que todos mis sentidos se llenaron con la imagen que tenía ante mi ser. Mis ojos, deslumbrados con esos rayos dorados que chocaban en el agua y dejaban sentir en mi piel un delicado ardor; mis oídos, embelesados con el suave canto de las olas al romperse en mil colores; mi nariz, colmada de ese aroma tan especial, mezcla de pureza e intensidad, y por supuesto, mi tacto, descubriendo la sensación mágica de la arena atrapando mis pies, sintiendo en cada paso que daba que la vida era eso… un caminar entre sal y arena…

Muchas veces en mi vida he evocado ese momento, y cómo empapó mi alma de dulzura, pero también de un sentimiento de humildad, ante la majestuosidad de la naturaleza y la inmensidad del amor de Dios…

Fue ese caminar en la playa, y la sensación de mi alma aquel día, la que provocó en mi interior una inquietud que, ahora lo sé, fue realmente un regalo inmerecido de Dios.

-¿Qué somos?, ¿de qué estamos hechos?- me pregunté -¿Tenemos acaso una vida interior dentro de este cuerpo, que nos ayuda a caminar por la vida?-

El tiempo me dio la respuesta. Ese día descubrí que poseemos una vida espiritual dentro de nosotros, que tenemos qué alimentar y cuidar, si lo que anhelamos va más allá de lo material.

Esa espiritualidad, amigos queridos, inherente a todos nosotros, es la comunicación más profunda y genuina con Dios, con nuestros semejantes y con nosotros mismos. Es un fuego interior, una capacidad profunda y mágica que nos lleva a vivir el misterio de nuestra existencia, encarándonos con lo que somos y con nuestro Creador, y logrando que nos sintamos reconfortados y plenos por el maravilloso y único privilegio de vivir…

Permitan que les diga, amigos queridos, a qué nos ayuda esta espiritualidad. Nos alienta a tener un porqué en la vida. Nos ayuda a alimentar un anhelo que no sabemos describir ni nombrar, pero que no por eso es menos real debido a nuestra incapacidad para capturarlo en palabras, y que gracias a él, nuestros días se visten de esperanza, de fe y de amor…

Y aún les puedo decir, sin temor a equivocarme, que la riqueza más grande de vivir una vida espiritual, no es amasar un caudal de conocimientos o de experiencias efímeras, sino el poder encarar los momentos difíciles de la vida con gozo, con mansedumbre, con entereza y honestidad, con paciencia y sabiduría, y con la seguridad más profunda de que, pase lo que pase, no estamos solos, porque el amor de Dios nos acompaña hoy y siempre…

¡Ahora lo sé!

He aprendido a vivir mis días intensamente, con el gozo más profundo, porque poseo un cuerpo y un alma… como la sal y la arena de la playa…


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Hasta mañana, si Dios quiere.

Imagen de José Andrés Zumaquero. Gracias

17 comentarios:

fgiucich dijo...

Recuerdos inolvidables que van sembrando el alma de una riqueza inagotable. Bellas reflexiones, amiga. Abrazos.

TORO SALVAJE dijo...

No sabes como te envidio. Me gustaría tener esa fe tuya, pero eso no se puede aprender. Eso se siente o no.

Besos.

...flor deshilvanada dijo...

Tu fé es admirable, Angélica!

Hace bien leer a personas así.

Un beso!

José Del Moral De la Vega dijo...

Se habla mucho sobre esiritualidad, pero realmente no es fácil describirla ni, mucho menos, definirla. A mi me ayudó Ferrater Mora con su Diccionario de Filosofía ("intuir" la trascendencia de las cosas).
Por otra parte, María Zambrano hizo una gran aportación al pensamiento, al considerar que también la poesía es un camino a la verdad. Fíjate: intuición y poesía.
En tu texto, poético y bellísimo, describes la emoción -probablemente de una niña- que te producía el mar; realmente estabas "intuyendo" su trascendencia... Estaba naciendo en ti la espiritualidad, que en tu caso, te lleva a Dios.
Magnífico, Angélica.
Un abrazo

cieloazzul dijo...

Claro amiga, sólo alguien con tu sensibilidad es capaz de plasmar y escribir de manera tan sublime, referirse al mar de la forma que lo has hecoh hilando las vivencias y sensaciones de manera magistral!!! me encantó!
besos mi niña!!!

Gigi German dijo...

Que bello amiga, dejas aflorar la luz de tu alma.

Un beso grande, gracias por formar parte de mi vida.

LuLLy, reflexiones al desnudo dijo...

Desde mi blog: Reflexiones al desnudo

Hola Angélica Beatriz!!

No creas que esos primeros días en la playa fue un regalo inmerecido, cuando se nos dan, es porque los merecemos.

Yo voy una y otra vez al mar... trasciende nuestro espíritu en forma sublime.

Abrazos totales decembrinos!

Recomenzar dijo...

Me gustó tanto que te engancho a mi pasaremos la noche charlando de a blog
besos

Miguel González Aranda dijo...

Tu texto está cargado de fe...me ha gustado.

Un saludo

Diminuta dijo...

Gracias por estas palabras que has escrito. Las necesitaba!!!

Mado Martínez
www.madomartinez.com

Patricia Angulo dijo...

Me ha gustado mucho esta entrada, porque me has trasmitido tu inmensa fé y tu sensibilidad exquicita y eso siempre se agradece.

Besos.

Ricardo Tribin dijo...

Linda narrativa querida Angelica Beatriz.

Nunca olvidare mi primer paso por Acapulco como tampoco el reciente por Cozumel.

Anoro tambien la suave arena y el mar de siete colores de San Andres y Rosario, ambas bellas islas colombianas.

Un beso...

esteban lob dijo...

¡Qué hermosa forma de exteriorizar... tu bautizo de mar!

Un beso.

MentesSueltas dijo...

Al leerte reflexiono y me invade una paz especial, que no es poco. Muy bello.


Te abrazo con mi mejor energia.
MentesSueltas

Verbo... dijo...

Precioso Angélica
Preciosas palabras que nos regalas.

Gracias por el mensaje
por recordarnos
que Dios es la parte esencial
en nuestras vidas.

Un beso ♥

M.

Doncel dijo...

¡¡Pero que bien lo has dicho..!!
Con esa fe que tienes y que llenas de paz y de amor, todo lo que escribes.
Me has hecho recordar, cuando la arena arastrada por las olas, hacían caricias en mis pies de niño, en la Barrosa, mi playa.

Besos

Unknown dijo...

Que bello paisaje nos deleitas, en la poètica, en los silencios, en el mar, en la sal, en la arena, disfrutar intensamente cada día. Es un imperativo que nos obliga con lo divino, por ese don de vivir.