Cerré mis
ojos en un intento por abandonarme al sueño, sabiendo que una vez más estaría
plagado de su recuerdo, de sus besos, de sus caricias plasmadas en mi piel,
palpitando de deseo por hacer realidad nuestro amor…
Evoco el
instante en que sus labios rozaron los míos… Roces tibios, descubriendo la
suavidad de un amor aún sin estrenar… Mi cuerpo temblaba pegado al suyo,
fundidos en ese abrazo eterno que tantas veces soñamos… Su mano en mi nuca,
acercándome más a sus labios, entreabiertos, recibiendo ese beso que estaba a
punto de estallar…
Me acomodó
en su cuerpo… Mis pechos de roca herían sus anhelos y yo los hacía míos… Se
deslizó en mis labios y entró en mi boca, suavemente, dulcemente, regando de
rocío mi ser, bebiéndome con cada suspiro, saciando mi sed de él en ese
éxtasis de amor...
Entrelazamos
las lenguas, ahogando las palabras mudamente… Nuestras almas necesitaban gritar
el amor tantas veces guardado… Sus manos me rodeaban, me buscaban, tatuando el
deseo de entregarnos…
Nuestros
labios se unieron una y otra vez, apasionadamente, derritiendo las murallas de
un mundo que se perdía en la más pura oscuridad… Construyendo las caricias con agua y sal,
arena del deseo fecundado con amor…
Le pedí que
viviera eternamente en mi boca… Así… Turbándome hasta la locura,
comiendo mi cuerpo y bebiendo el rocío de mi fuente…
Ahora lo
sé… Amo su beso… sus besos…
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Hasta mañana, si Dios quiere.
Imagen de Martin M. Gatti. Gracias.